lunes, 19 de diciembre de 2011

"Yo sólo obedecía órdenes"


Muchas veces cuando pensamos en el respeto militar a la autoridad, sobretodo en casos como fueron los del holocausto nazi, es muy corriente que a uno le vengan a la cabeza preguntas del estilo: “¿Que habría hecho yo?, ¿dejaría de obedecer a mi superior, jefe coercitivo, al comprobar que sus rígidas órdenes entran en conflicto con mis principios?, ¿obedecería, y ejecutaría lo encomendado, incluso en contra de mi conciencia?”

Pues bien, en los años 60, Stanley Milgram, preocupado por éstos mismos interrogantes, realizó un estudio psicológico que desveló que la “obediencia ciega” a la autoridad, entendiendo por ella la obediencia que lleva a hacer cosas que en condiciones normales una persona nunca haría, puede anidar en cualquier persona normal.

La idea surgió en el juicio de Adolf Eichmann, en 1960. Eichmann fue condenado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la Humanidad durante el régimen nazi. Él se encargó de la logística. Planeó la recogida, transporte y exterminio de los judíos. Sin embargo, en el juicio, Eichmann expresó su sorpresa ante el odio que le mostraban los judíos, diciendo que él sólo había obedecido órdenes, y que obedecer órdenes era algo bueno. En su diario, en la cárcel, escribió: «Las órdenes eran lo más importante de mi vida y tenía que obedecerlas sin discusión». Seis psiquiatras declararon que Eichmann estaba sano, que tenía una vida familiar normal y varios testigos dijeron que era una persona corriente.

Stanley Milgram estaba muy intrigado. Eichmann era un nombre normal, incluso aburrido, que no tenía nada en contra de los judíos. ¿Por qué había participado en el Holocausto? ¿Sería sólo por obediencia? ¿Podría ser que todos los demás cómplices nazis sólo acatasen órdenes? ¿O es que los alemanes eran diferentes?

Así, Milgram, trató de demostrar en 1963 con un experimento, que las órdenes recibidas por una autoridad, entran a menudo en conflicto con la conciencia personal, y que un fuerte mando, se impone a la conciencia del subordinado. Milgram escribía:

Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio.”

Stanley Milgram. The Perils of Obedience (Los peligros de la obediencia. 1974)

El experimento:

Milgram quería averiguar con qué facilidad se puede convencer a la gente corriente para que cometan atrocidades como las que cometieron los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Quería saber hasta dónde puede llegar una persona obedeciendo una órden de hacer daño a otra persona.

Puso un anuncio pidiendo voluntarios para un estudio relacionado con la memoria y el aprendizaje.

Los participantes fueron 40 hombres de entre 20 y 50 años y con distinto tipo de educación, desde sólo la escuela primaria hasta doctorados. El procedimiento era el siguiente: un investigador explica a un participante y a un cómplice (el participante cree en todo momento que es otro voluntario) que van a probar los efectos del castigo en el aprendizaje.

Les dice a ambos que el objetivo es comprobar cuánto castigo es necesario para aprender mejor, y que uno de ellos hará de alumno y el otro de maestro. Les pide que saquen un papelito de una caja para ver qué papel les tocará desempeñar en el experimento. Al cómplice siempre le sale el papel de "alumno" y al participante, el de "maestro".

En otra habitación, se sujeta al "alumno" a una especie de silla eléctrica y se le colocan unos electrodos. Tiene que aprenderse una lista de palabras emparejadas. Después, el "maestro" le irá diciendo palabras y el "alumno" habrá de recordar cuál es la que va asociada. Y, si falla, el "maestro" le da una descarga.

Investigador = V / Maestro = L / Alumno =S

Al principio del estudio, el maestro recibe una descarga real de 45 voltios para que vea el dolor que causará en el "alumno". Después, le dicen que debe comenzar a administrar descargas eléctricas a su "alumno" cada vez que cometa un error, aumentando el voltaje de la descarga cada vez. El generador tenía 30 interruptores, marcados desde 15 voltios (descarga suave) hasta 450 (peligro, descarga mortal).

El "falso alumno" daba sobre todo respuestas erróneas a propósito y, por cada fallo, el profesor debía darle una descarga. Cuando se negaba a hacerlo y se dirigía al investigador, éste le daba unas instrucciones (4 procedimientos):


Procedimiento 1: Por favor, continúe.

Procedimiento 2: El experimento requiere que continúe.

Procedimiento 3: Es absolutamente esencial que continúe.

Procedimiento 4: Usted no tiene otra alternativa. Debe continuar.


Si después de esta última frase el "maestro" se negaba a continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.

Este experimento sería considerado hoy poco ético, pero reveló sorprendentes resultados. Antes de realizarlo, se preguntó a psicólogos, personas de clase media y estudiantes qué pensaban que ocurriría. Todos creían que sólo algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo. Sin embargo, el 65% de los "maestros" castigaron a los "alumnos" con el máximo de 450 voltios. Ninguno de los participantes se negó rotundamente a dar menos de 300 voltios.

A medida que el nivel de descarga aumentaba, el "alumno", aleccionado para la representación, empezaba a golpear en el vidrio que lo separa del "maestro", gimiendo. Se quejaba de padecer de una enfermedad del corazón. Luego aullaba de dolor, pedía que acabara el experimento, y finalmente, al llegar a los 270 voltios, gritaba agonizando. El participante escuchaba en realidad una grabación de gemidos y gritos de dolor. Si la descarga llegaba a los 300 voltios, el "alumno" dejarba de responder a las preguntas y empezaba a convulsionar.

Al alcanzar los 75 voltios, muchos "maestros" se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus "alumnos" y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 voltios, muchos de los "maestros" se detenían y se preguntaban el propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su "alumno".

En estudios posteriores de seguimiento, Milgram demostró que las mujeres eran igual de obedientes que los hombres, aunque más nerviosas. El estudio se reprodujo en otros países con similares resultados. En Alemania, el 85% de los sujetos administró descargas eléctricas letales al alumno.

En 1999, Thomas Blass, profesor de la Universidad de Maryland publicó un análisis de todos los experimentos de este tipo realizados hasta entonces y concluyó que el porcentaje de participantes que aplicaban voltajes notables se situaba entre el 61% y el 66% sin importar el año de realización ni el lugar de la investigación.

La esencia de la obediencia pues, consiste en el hecho de que una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona y por lo tanto no se considera a sí mismo responsable de sus actos. Una vez que esta transformación de la percepción personal ha ocurrido en el individuo, todas las características esenciales de la obediencia ocurren. Este es el fundamento del respeto militar a la autoridad: los soldados seguirán, obedecerán y ejecutarán órdenes e instrucciones dictadas por los superiores, con el entendimiento de que la responsabilidad de sus actos recae en el mando de sus superiores jerárquicos.

En este video Derren Brown reproduce el experimento de Milgram. Realmente impresionante:

2 comentarios:

  1. Per això mateix penso que a les persones, en general, els hi és massa fàcil condemnar certes accions dels altres sense parar-se a pensar que segurament elles haguessin actuat de la mateixa manera. A vegades quedo com un nazi quan dic que em costa jutjar als participants de l’holocaust, però s’ha d’entendre que no és que jo pensi que van fer bé o malament (que en el fons són termes inútils per interpretar aquest tema), sinó que van fer el que van creure que havien de fer.
    Quan et mires molts dels protagonistes d’accions que a nivell global es consideren abominables, des d’assassins en sèrie a nacions senceres que han comès genocidis, hi ha molt poques ocasions en què ells considerin que estan fent una cosa “mal” feta. Hi ha les excepcions de persones que sí volen fer el mal perquè volen anar en contra de la moral establerta, però fins i tot aquestes persones fan el que fan perquè hi creuen i des del seu punt de vista no està mal fet perquè ningú no fa res que vagi en contra seva. Total, que la moral és relativa i des de la distància és molt fàcil jutjar.
    La pregunta final que la gent m’acostuma a fer i en la qual encara estic pensant és: “Així tot és lícit?” La meva resposta de moment és: “No, tot s’ha de relativitzar en el seu moment. Per exemple, em costa més jutjar severament un alemany dels anys 40 (que potser simplement es va trobar atrapat allà al mig pensant que estava salvant el món) que no pas a una persona catalana d’avui en dia que es consideri nazi i que segurament ho sigui simplement perquè no li dóna la gana pensar-hi profundament. Ara bé, també se’m pot dir “Potser aquesta persona també s’ha trobat en un context difícil, etc. etc.” Per això dic que encara ho estic pensant.

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  2. "Així tot és lícit?" Penso que, tot i sonar una mica simplista, el que decideix què és o deixa de ser lícit, és el que per la majoria és o deixa de ser-ho. D'una altre manera, davant aquest relativisme moral seria impossible la convivència. El problema d'aquest plantejament és que se l'hi pot retreure que la majoria és fàcil de manipular.

    És impossible trobar un sistema perfecte, però aquest almenys serveix, si bé no per donar una resposta a: “que és bo o dolent?”, si per saber: “que ha de ser considerat bo o dolent?”, per després decidir què és lícit i què no.

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